“Pecao” es una de esas expresiones que sólo he escuchado en el ámbito familiar, y más en concreto, sólo he escuchado a las mujeres mayores de la familia y siempre dirigida o en relación a otras mujeres. De repente viene a la memoria y salta a la conversación, como hacen todas las palabras que duermen dentro de nosotros. Nos pillan por sorpresa. Ayer fui yo la que solté el palabro en una conversación.
La expresión no tiene ningún misterio: le han robado la consonante «d» a la palabra pecado, la han convertido en adjetivo y arreando. El significado del palabro familiar, quiero pensar que fluctuaría del inocente “golfa” a algo ya más subido de tono tipo “zorra” o “putón”, dado que igual nos la lanzaban cariñosamente a las pequeñas (“ven aquí pecao y estate quieta”), que a las artistas ligeras de ropa que salían en la televisión, que la decían para referirse a alguna mujer ligera de cascos (“esa es un pecao”) o que simplemente fumaba. Después dirán que el machismo no se mama desde la más tierna infancia.
Del paseo por los diccionarios y las redes, no encuentro más datos sobre el uso de la expresión, que los que hacen referencia al pecado de toda la vida, sin entrar en las sutiles connotaciones machistas con la que se manejaban mis “ancestras”. Pero el recorrido por los diccionarios no tiene desperdicio: asombra la abundancia de acepciones y tipologías que se recogen en torno a la palabra pecado. Y son tantos los pecados y sus tipos, que tengo serias dudas, de que algún humano o humana, pudiera cometerlos todos sin morir en el intento.
De paso descubro, de la mano del María Moliner una palabra que no conocía: Pecatriz: Pecadora: prostituta o mujer licenciosa. Abundando en la materia. Y todavía dicen que el machismo no se mama con el lenguaje. Voy entendiendo por qué llegué tan tarde al feminismo.
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