Covid-19: 11-5-2020
He perdido la cuenta de cuántos días llevamos en estado de alarma. Iniciamos la “desescalada”: Fase I. Hace un día luminoso, pero esta semana vuelve la lluvia. Parece que este año la primavera ha decidido tener un comportamiento “como los de antes” con lluvias, tormentas y algún día de fresco entreverado. No está dispuesta a dejar que el verano le gane terreno climatológico.
La primavera llegó con el confinamiento. Quizás algunas (y digo algunas, porque la estadística impone el sesgo de género) hayan esperado a la “desescalada”, para asomarse al oscuro pozo de los armarios caseros y enfrentar la difícil tarea de hacer el cambio de armarios en consonancia con el de las temperaturas. Otras posiblemente tuvieran adelantada la tarea aprovechando el desasosiego del encierro.
El proceso de sustituir la ropa de abrigo de invierno por la más ligera y fresca del verano –sin pasar este año por el entretiempo- solo tiene de simple la apariencia. Pues como dirían los entendidos en cuestiones del paladar, nos queda cierto regusto de que ni la ropa de abrigo ha concluido su ciclo completo, ni la fresca saldrá a pasear todo lo que nos gustaría.
Y en algún momento nos vamos a preguntar cómo hemos coleccionado tantos calcetines, incluidos los desparejados, si solo tenemos dos pies –un derecho y un izquierdo- y siete días a la semana para usarlos, y no durante todo el año, salvo que se usen sandalias al más puro estilo “guiri”, con sus calcetines incluidos. Una amiga me dice que ha contado más de cien pares. Y que esa cuenta le ha dolido porque en cada par despedía al compañero que ya marchó.
En otro momento nos descubrimos auto-confesando que hemos acumulado demasiada ropa, y que el fondo de armario empieza a parecer un inmenso contenedor. Guardamos lo que nos queda estrecho, para cuando perdamos algo de peso, y lo ancho para cuando lo ganemos y lo pasado de moda para cuando se vuelva a llevar el “revival” o el nuevo “vintage” y guardamos lo que se nos cae a pedazos, porque le tenemos cariño. Y descubrimos que hay prendas que por H o por B llevan años sin salir, sin que sepamos muy bien por qué no nos deshacemos de ellas. Y sabemos que es falsa la promesa de no comprar nada más hasta que no hagamos sitio en ese “país de nunca jamás” en el que hemos convertido nuestros armarios.
Por otra parte, muchos de nosotros, antes de “desescalarnos” definitivamente tendríamos que preguntarnos en qué momento pasamos del estado de alarma al estado de abandono, decidir si estamos interesados en revertir la situación y si contamos con los arrestos suficientes para la difícil remontada. Nos hemos acostumbrado a vernos las pelambreras, las rayas sin tinte, la piel con todo su bello, sin depilación ninguna, las barbas sin orden ni concierto, el cuerpo suelto y a su aire. El chándal y las mallas, el elástico en definitiva, han arrinconado toda prenda que no prometiera la comodidad absoluta, aunque la estética quedara gravemente perjudicada y en entredicho. Los pijamas han triunfado como pret-à-porte, sin distinguir la noche del día. Para la mayoría la desescalada ¡No va a ser fácil!
Pero sin duda la peor parte se la lleva el sostén (sostén, porque sirve para sostener, así de descriptivo es el nombre), esa prenda interior femenina que el virus ha condenado durante tantos días a la profundidad de los cajones. El decaimiento (palabra más que acertada para el caso) de su uso -estadísticamente comprobado- posiblemente aporta uno de los peores datos para la remontada del estado de abandono especialmente en el sector femenino llegado a la madurez. Hemos comprobado durante un plazo de tiempo muy largo que podemos vivir sin usarlo, que no necesitamos mantener las partes más redondas de nuestro cuerpo en la opresión permanente. Hemos llegado a confirmar en nuestras propias carnes, que el sostén es un artilugio compresor y opresor al servicio del patriarcado, último reducto del ataque a la libertad de expresión del propio cuerpo y a la misma naturaleza femenina, empecinado en su función de que todo suba y nada baje, en desacato constante a la ley de la gravedad. Será duro tener que recuperarlo. No sobra algo de humor.
Durante el confinamiento pasamos de comprar papel higiénico compulsivamente –todavía por desvelar la misteriosa razón del fenómeno- a comprar harinas, levaduras y cerveza, mientras algunos descubrían rincones ignotos de su propia casa. Entremedias se nos ha cruzado el cambio de armarios, ¡quién sabe cuántas aventuras nos quedan por vivir!
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