
Cruza la plaza como cada día; despacio, escudriñando la presencia de los personajes que la pueblan. Los considera parte de la plaza, como a los adoquines, los quioscos, el mobiliario urbano o los enormes edificios; como ella misma se vive.
Hoy ha amanecido nublado. La chica de las rastas es nueva. Una más que intenta ganarse la vida malviviendo. Arte efímero por unas monedas. Ni arte, solo habilidad para el entretenimiento –piensa mientras estudia los movimientos de la joven, sus gestos, su presencia su ropa- ¿tendrá alguien que la espere?
La joven saca de un cubo una enorme pompa de jabón tintada de arcoíris y atrae las carreras de los niños que intentan atraparla. Una, y otra, y otra más grande. Revientan las pompas en el aire, deshaciéndose en minúsculas partículas de color y de jabón barato. Carreras de niños, saltos, risas, voces de los padres que animan, el tintineo de unas monedas cayendo en una caja de metal.
Se deshace el círculo de espectadores alrededor de la muchacha con su cubo de jabón.
Ella reemprende la marcha, como todos los días, sin más rumbo que consumir su tiempo, su vida. La sonrisa es nueva, no consigue disimularla. ¿Quién se la ha regalado? ¿los niños? ¿la joven de las rastas? ¿la plaza? Tal vez solo intuir que no somos más que pompas de jabón, minúsculas gotas de agua.
Deja una respuesta