
La pobre Catalina de Alejandría (S. III) no tuvo suerte. Primero por lo del martirio, a nadie le gusta acabar separada de su cabeza, por muy santa que te declaren; y después porque sus patronazgos se mueven entre la irrelevancia y la pérdida de fuelle. Hasta con la fecha de celebración ha tenido mala pata la mártir: coincide con el 25Noviembre – Día contra la violencia de Género, un día para la reivindicación que amenaza con convertirse en un motivo más de jolgorio y posados; y cae demasiado cerca de Halloween, justo ahora que nos resulta más fácil festejar brujas, muertos vivientes y esqueletos desmelenados, que santas y mártires.
Las malas lenguas dicen que Catalina, intelectual que convertía al cristianismo por cientos a base de elocuencia y cultura, se la inventaron los encargados del santoral, para confrontar la figura de la filósofa pagana Hipátia (también mártir, pero en sentido contrario).
La cuestión es que la buena y santa señora, acabó de patrona de escolares, estudiantes, filósofos, prisioneros, muchachas casaderas, y de todos los oficios que tienen que ver con la rueda (se intuye que por lo de su martirio en una rueda con cuchillas que se deshacían al tocar su piel): carreteros, molineros, hilanderas, afiladores, ciclistas… Y parece que este es el origen de la fiesta de “Les Catalinetes”, una fiesta de escolares y muchachas casaderas en honor a la santa, que apenas se celebra en algunos municipios de las comarcas centrales valencianas, entre ellas Castalla y Xàtiva.
Pero más allá del origen y la mustiez de la celebración (cuestión de niñas y mujeres), le pasa a “Les Catalinetes” como a la madalena de Proust, con su aroma es capaz de evocar un mundo de emociones, vivencias recuerdos, como reducto de la memoria que se niega a desparecer. La Catalina que fue y la que sigue siendo.
Y es que con La Catalina (a la que tuteamos, porque no la hemos llegado a celebrar como santa) vuelve la memoria de los juegos pasando frio en el patio del colegio, y de la excursión a Los Pinitos en los años con suerte, y de las meriendas en los locales y las fábricas, porque esa tarde daban permiso a las chicas para alargar la jarana y vuelve el canto del sin fuste “Estes catalinetes mengen culleretes, estes catalinots mengen cullerots”. Y aparece el desproporcionado e ineludible lazo rojo de papel de seda plantado en la cabeza, símbolo de la fiesta y radar de miradas despistadas. Y vuelven almuerzos, comidas, meriendas y cenas de las pandillas de mujeres que quedan para celebrar La Catalina convertida en fiesta de la amistad, en pretexto para juntarse, para reír juntas.
La Catalina, por encima del paso del tiempo y de las pandemias, este año nos sacará de nuevo a la calle y nos servirá de excusa para el encuentro, para volver a las raíces, a la calidez de las amigas. Y al lazo rojo en Castalla. Y al “torró de gat” en Xàtiva.
Y en unos días llegarán “Els Nicolauets”. ¿Todavía sueltan gallinas?
Fotografía y bicicleta: Conchi «Canela»

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