
Este año, la navidad será “rara”, tristona, sin la mesa grande dispuesta para el encuentro y la fiesta. Aplazadas quedan las estrenas, los excesos sibaritas, el sorteo de la cesta, los regalos del amigo invisible, los villancicos, los brindis por los que no están, los recuerdos corales… y ¡tantas cosas más!
Este año el número cuenta. Somos muchos, no tantos como para llenar un estadio, pero muchos; más de seis, de doce, de dieciocho… ¡Llegamos casi a veinticuatro! Esperaremos otro momento, con menos luces tal vez, con menos sombras seguro.
Este año encontrará su hueco el recuerdo sin nostalgia de todas las nochebuenas pasadas lejos, muchas, demasiadas; y el de la nochebuena más triste, más desangelada, más desconsolada.
Y volverá el recuerdo infantil del pavo luchando por su vida a manos de mi madre y de mi tía; el de los reyes magos de chocolate colgando en el árbol y engullidos misteriosamente por el más goloso; el de las miradas a la estrella en el castillo y a las sierras en busca de las luces de la cabalgata real que se aproximaba; y la memoria de todas las navidades pasadas.
Vuelven a salir los nacimientos de sus cajas. Es tan misteriosa la navidad, que pese a romper sus rituales, sus tradiciones y costumbres más arraigadas, no pierde un ápice de sentido de encuentro, de regalo, de disfrute, de llamada a lo simple, de esperanza. ¡Eso al menos pienso yo! Y es que la navidad no es más que la vida cargada de deseos buscando la ternura que todavía puebla la tierra.
Y este año pese a lo raro de todo, pese a las mascarillas, a las ausencias, al sufrimiento de muchos, a las distancias, no renuncio a la navidad, en el formato que sea.
¡FELIZ NAVIDAD, POR RARA QUE SEA!
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