
Varias valoraciones positivas me llevan a ver la película alemana “Sin novedad en el frente”, dirigida por Edwar Berger estrenada en 2022 y calificada como de antibelicista. (Está en Neflix)
La película muestra, sin anestesia, los horrores de la I Guerra Mundial vividos (en alma y carne viva) por un joven soldado, alistado en el ejército alemán al calor de la camaradería juvenil, las arengas heroicas de sus profesores y el ardor patriótico que excreta cualquier conflicto bélico / identitario.
Nada tiene que ver esta, con las “películas de guerra” tan abundantes en lo que fue nuestra televisión en blanco y negro, casi en la prehistoria. En esas pelis todo era más fácil. Diferenciábamos fácilmente a los malos de los buenos (generalmente los americanos y sus aliados) y era normal que vencieran los buenos, mientras los malos acababan sufriendo tremendas y aleccionadoras derrotas. Ahora diríamos que esas pelis “blanqueaban” la guerra y adoctrinaban en pro del sistema capitalista.
Pero en “Sin novedad en el frente”, la guerra se muestra desnuda, cruda, sangrienta, fría, embarrada, sin ética ni épica. Sin honor y sin gloria. La guerra se muestra sin más razón que el empecinamiento de unos generales sentados cómodamente en sus butacas, cargados de medallas, ajenos al sufrimiento de los hombres en los campos de batalla y del resto de intereses más espurios, por supuesto. Una barbaridad que dejó 17 millones de muertos y tendió una gran alfombra roja a los fascismos que recorrieron Europa en los años posteriores y a la II Guerra Mundial.
La película versiona la novela homónima del alemán Erich María Remarche, publicada en 1929, pero lo hace centrándose en el campo de batalla, en las batallas y sus entreactos, obviando totalmente otras tramas que pudieran dulcificar la historia. No aparece el sufrimiento de la población civil, lo que hoy llaman daños colaterales; sufrimiento, al fin y al cabo, muerte, aunque distinta a la de los campos de batalla.
Es en esos entreactos entre líneas defensivas y ofensivas y trincheras que los operarios de su propio exterminio no consiguen hacer avanzar, donde en forma de preguntas, diálogos, gestos, vemos los únicos fogonazos épicos de la contienda: ¿Qué dirán cuando les pregunten por el cuerpo a cuerpo? ¿Cómo digerir su propio sinsentido? ¿Cómo se curan las heridas de las guerras? ¿honor? ¿Compasión y dignidad del contrario?
“Sin novedad en el frente”, devuelve a la memoria la magnífica “Senderos de gloria”, protagonizada por Kirk Douglas, y también fruto de su empeño personal. Al final de una tremenda derrota, error de cálculo y tremenda escabechina de vidas, los hombres que sobreviven son juzgados, acusados de cobardía. Un juicio, que pone frente al espejo la verdad y la mentira de la guerra y la “Obediencia Debida”. Tres soldados, elegidos al azar son fusilados, pagarán por todos. Una escena final: la música que devuelve al hombre a su inocencia original.
En ambas películas, los generales, bien comidos y al resguardo del frio y de la muerte, y de cualquier gesto de bondad, son los personajes secundarios (¡oh paradoja!) que mueven todos los hilos como si de un teatro de títeres se tratara. La guerra como gloria y honor, la obsesión por las guerras. La hombría sustentada en la violencia y las armas.
Retrotrae la película también, a la obra que Miguel Delibes escribe en 1975 “La guerra de nuestros antepasados” llevada al teatro magníficamente por José Sacristán en el papel de Pacífico Pérez, el pobre loco que ansía tener su propia guerra, igual que la tuvieron su padre y su abuelo, y antes los suyos. “Tu guerra está al caer Pacífico”, letanía perenne: el honor, la patria, la hombría.
Escuchamos a lo lejos los tambores de guerra: Ucrania y sus consecuencias más cerca; más allá cientos de ellas, tan salvajes y tan sangrientas. Con los tambores resuena la pregunta por la responsabilidad humana que lanzó Ana Harent. Suenan a lo lejos, tranquilidad en la retaguardia.
Pronunciamos (y vanalizamos) la palabra guerra con la misma ligereza que decimos sopa, tortuga o colesterol. La “Cultura de Paz”, la “Educación para la Paz”, son conceptos recluidos que quedan bien para los niños, en las actividades extraescolares, para ONGs, y militancias utópicas. Mientras tanto sembramos las rotondas y las calles de simbología bélica (cañones, aviones, banderas, desfiles militares), y ponemos de moda la recreación de batallas, con sus uniformes y su parafernalia (cada uno la que le es afín a su ideología). Extraña (y poco educativa) querencia.
“Tu guerra debe estar al caer, Pacífico”, frase recurrente. Dios no lo quiera, responderían las mujeres (sufridoras colaterales) en su letanía cansada.
Suenan lejanos los tambores: tranquilidad. “Sin novedad en el frente”.
Escena final de «Senderos de Gloria».
Que pena que todo el tiempo recurran a un doblaje que suena tan falso. Eso le resta muchísimo a cualquier película.
En cuanto a la reseña, ¡estupenda!
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Por desgracia, muchas necesitamos del doblaje. Tiene toda la razón
Gracias por su comentario.
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Entiendo lo que dice. Pero creo que un buen subtitulado es mucho mejor que un mal doblaje.
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