
A María le revoloteaban las preguntas alrededor de su cabeza, con la misma insistencia que las abejas jugaban al escondite en las flores del jardín. No es moco de pavo descubrir que existe el universo y que tú estás dentro. Quería averiguar cuánto tiempo necesitaba para conocer el universo entero. Le habían contado que en él cabían todas las personas, los peces, los animales, los pájaros en vuelo, el mar, e incluso el cielo. En el Universo cabe todo lo que existe, incluso los insectos. Le animaba pensar que ya tenía mucho trabajo adelantado, a sus seis años, conocía a su familia, a sus amigos, y todo lo que había descubierto viajando.
Su abuela le insistía además, en que con buena zambullida en todos los libros que salieran a su paso, podría conocer infinidad de lugares lejanos y personajes interesantes, incluso en días de lluvia y sin moverse de su habitación: “con una buena sonrisa, un gracias, un por favor, un libro y una canción, puedes llegar donde desees”. Desde entonces devoraba cuentos como si fueran galletas de chocolate.
En uno de ellos había leído que la mejor manera de conocer cómo funcionaba el universo era visitar en su templo al dios Shiva, porque él era el encargado de que luciera radiante y esplendoroso o por lo menos un poco limpio y ordenado. Así que no me preguntéis cómo lo hizo, pero allá que se encaminó María.
Para no perderse y compartir la cuchipanda que cargaba en la mochila, decidió unirse a un grupo que encontró apenas tres cruces de camino más arriba. Vestían túnicas de colores y guirnaldas tejidas de flores; bailaban y cantaban todo el rato al ritmo de platillos muy pequeños que entrechocaban entre sus dedos. Bueno, todo el rato salvo el de la merienda.
Conforme se acercaban a templo, iban escuchando un silencio inmenso en el que solo el piar dulce de los pájaros, recibía a los viajeros como una música que les invitara a estar todavía más alegres y a danzar escuchando el latir de sus cuerpos.
María quedó asombrada ante la inmensa presencia del dios Shiva: brillaba como el sol de los domingos y las vacaciones. Sus formas redondeadas invitaban a acariciarlo incluso a subirse a él como si fuera un inmenso tobogán. Aunque para eso todavía tenían que hacerse amigos. Shiva se cubría con una soberbia piel de elefante, incluida la trompa, dorada y repleta de piedras brillantes. Su imagen era amable y majestuosa, como correspondía al animal más grande de la selva, por lo menos eso le habían contado. María ya sabía que las deidades, dioses y diosas, eran muy caprichosas y como a los niños les gustaba disfrazarse.
Shiva se fijó en ella con sus ojos relucientes, entre otras cosas, porque María era la única niña plantada frente a él, a la que la admiración no la dejaba cerrar la boca.
-Hola María, ¡Bienvenida a mi templo! ¡acércate pequeña!
– ¿Cómo sabes mi nombre? – preguntó tímidamente María una vez consiguió salir de su asombro.
– ¿Cómo no voy a saberlo, si soy yo quien creo y cuido el universo? – Shiva se mantuvo unos instantes en silencio, dejando que la niña ordenara sus ideas. Y volvió a hablarle. – ¿Quieres preguntarme algo?
– ¿Para qué sirven los dioses? – le preguntó María a la vez que con disimulo acariciaba el dedo gordo del pie de Shiva, para comprobar si además de grande era suave y cálido.
– Para que las personas piensen que no están solas, que aún en la oscuridad, siempre hay alguien que las quiere, las vigila y se preocupa por ellas.
– ¿Y por qué vistes esa piel de elefante tan pesada y brillante?, no debe ser muy cómodo llevarla puesta todo el día – volvió a preguntar María, provocando la sonrisa de la divinidad.
– La piel de elefante representa la conquista del orgullo, que yo ya he alcanzado, por eso tengo que vestirla, para que todos lo puedan ver en mí. – respondió de nuevo Shiva.
– ¿Qué es el orgullo? ¿Es el premio que tienen los que siempre ganan en los juegos? ¿los que vencen mil luchas, guerras y batallas?
Shiva se echó a reír a carcajada limpia y estuvo tanto tiempo riendo y sonaban tan fuertes sus risotadas que hicieron temblar de risa a millones de hojas de todos los árboles que se encontraban a cien kilómetros de distancia a la redonda. Cuando el dios pudo dejar de reír, invitó a María a subir a sus rodillas y contestó su pregunta:
– No pequeña, no. Orgullo es la sonrisa, las cosquillas, el revoloteo de las mariposas, la música que alegra, el baile que calma, la mano que comparte y la amistad que acompaña. Orgullo es la satisfacción de saber que formas parte del universo porque sin tí no está completo.
– Pero ¿cómo podré conocer el universo si es tan grande? – insistió la niña.
– Eso sólo depende de ti, ponte en camino y lo descubrirás – Y entonces Shiva empujó a María con suavidad para que se deslizara por su trompa, como si se tratara de un inmenso y divertido tobogán.
Y María supo que el universo cabía en su alegría.
Este relato está incluido en «Cuento Viajero». Asociación Ven y Rie. Edit. Albujayra. 2020
https://cuadernodeunaseta.wordpress.com/2020/12/01/cuento-viajero/
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