Cuando se vino a dar cuenta, la avispa ya había caído en la trampa. Alguien acababa de vaciar un vaso de cerveza, le dio la vuelta, se lo puso encima y la dejó atrapada. El bicho llevaba un buen rato merodeando alrededor de la mesa, posándose en todo lo que encontraba a su paso: papas, olivas, caracoles, salchicheta, vasos, “quintets” servilletas… en definitiva ¡molestando!
Las aventuras tienes esas cosas, a veces salen mal. Si nadie lo soluciona, este podría ser el último revoloteo veraniego del insecto. A las avispas habría que enseñarles que no todas las familias son iguales: las hay más permisivas, pero otras son capaces de matar por defender su aperitivo. ¡La mesa es sagrada!
La avispa veía agrandarse los ojos de los niños cuando estos pegaban sus naricillas al cristal para verla mejor; se movía, y los chiquillos corrían despavoridos, desconfiados de que el cristal pudiera contener a la pequeña bestia. Mientras los pequeños no tocaran el vaso, mantendría alguna esperanza de sobrevivir.
El bicho se quedó quieto unos minutos, tal vez buscando el olvido «se acabó el espectáculo», o quizás solo el engaño «os habéis salido con la vuestra, me rindo». ¿Se ha muerto? – preguntaron los niños, con más curiosidad que pena.
Alguien le hacía fotos y meneaba el recipiente para que no encontrara la salida por los huecos que dejaba la madera. Exhausta y firme en la confianza de escapar, se movía al ritmo que marcaba la mano que manejaba el vaso. Afuera empezaban a cruzarse apuestas sobre su resistencia.
La misma mano que había colocado el vaso al revés lo levantó. No lo hizo por piedad con la fiera, sino con su propia especie, a la que vio atrapada por siempre en infinidad de vasos. El vaso se había convertido en un espejo, y no le gustaba la imagen que devolvía, «ya estamos nosotros bastante atrapados”.
La avispa alzó el vuelo y escapó; los niños corrieron temerosos ante la posible venganza de la fiera. ¡Bendito verano de aperitivos y avispas!
CUADERNO DE UNA SETA 
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