– Aunque ignore tus motivos para escogerme, recojo el guante que me lanzas. Disfrazas tu juego con la apariencia de un duelo, pues la suerte ineludiblemente está de tu parte. Demasiado cobarde para reconocer tu superioridad. Juegas con ventaja: tú siempre ganas. ¿Por qué me eliges a mí si el mundo está lleno de desgraciados que te buscan? ¿por qué ahora?
– Pura casualidad: alguien tiene que ser. Quizás sea tu momento. ¿Te vas a resistir?
– ¿Resistirme?, ¡No! ¿qué ganaría combatiendo lo inevitable? ¿regalarte el placer de danzar a tu alrededor? ¿de implorar algo que no puedes dar? No cuentes conmigo, tendrás que ser tú quien haga el trabajo sucio. Asume la oscuridad de tu naturaleza y ¡haz tu trabajo!, no esperes que te ayude, que alimente tu desgana. Yo jugaré mi partida.
-Te honra tu rebeldía.
– ¿Quién habla de rebeldía? No opondré resistencia a tu guadaña. Tu certeza es la trampa, se anticipa a tu presencia y siega tiempo y espacio que no son suyos. Robas antes de llegar todo lo que dejamos a mano de tu sombra. ¡Tendrás que ganar tu victoria!
– ¿Pretendes provocarme?
– Sólo desnudar tu soberbia a fuerza de aliento. Nada te he de dar antes de que tú lo ganes. Cada trago que beba, sorbo a sorbo, será tu sed que espera. Disfrutaré descubriendo la codicia paciente en tus ojos, y la pereza que sufres ante tu gesto de siega mil veces repetido. Te veré acechar, afilando tu puntería para lanzarme el tajo definitivo de tu guadaña, y tendrás que esperar a que mi soledad sea absoluta, para que no haya testigos de tus trampas disfrazadas de certezas. Tendrás que ser tú quien descargue el golpe definitivo. Lo harás sin mi ayuda, sin la épica que pretendes ni la miseria que escondes.
– ¿Qué buscas?
– La seguridad de que de la vida solo te quedará la nada y el olvido. ¡No ganas nada!
Deja una respuesta