Como casi todo, por casualidad, llega a mis manos una necrológica de las que no tienen desperdicio y dan para un tratado. Las esquelas y necrológicas tomadas como fotografías de su tiempo, son a menudo preciosas fuentes de información. Esta es una.
La escribe un señor presidente de honor de la Real Academia de Medicina de Zaragoza, en memoria de una señora, María Rosa Costa, fallecida en este mismo mes a la edad de 97 años. La longeva señora tiene el mérito de ser viuda de un reputado doctor de la capital del Ebro, fallecido 30 años antes. Y ahí empieza la trampa. Porque el apenado señor, a quien realmente quiere recordar y de quien quiere escribir es del marido, D. Joaquín.
Y así redacta un extenso panegírico de las virtudes profesionales y personales del ínclito doctor, y a más mérito, esposo. No sin antes avisar en el primer párrafo, de que doña María Rosa “ha sabido a lo largo de estos treinta largos años de viudedad recordar sus muchos años como esposa de uno de los zaragozanos más activos y brillantes de la época”.
Y no es hasta el final del artículo, que don Fernando recuerda que escribía la necrológica de la señora, y vuelve sobre los méritos de la finada, dedicándole un escueto último párrafo, para glosar su “gran mérito”, tal como él mismo lo define: “poder seguir el ritmo profesional de su marido, dándole cuatro hijos, acompañarlo en sus actividades, en conciertos, conferencias, presentaciones de libros y en cenas y reuniones”. Hay que reconocerle a D. Fernando su interés, porque una vez descrito el mérito, le parece tan enorme (que no digo yo que no lo sea, sobre todo lo de los cuatro hijos) que sospecha que la leal viuda podía tener virtudes personales que le hicieran soportar tal ritmo de vida. Y las encuentra: “su bondad y sentido del humor”.
Misión cumplida la de doña Rosa a ojos de D. Fernando, que en consonancia con la época le atribuye los méritos según el papel que la mujer tenía asignados: amante esposa, madre y dulce compañía. Y viuda. Se puede intuir que todo ello además, sin una mala cara.
Bueno, pues descanse en paz doña María Rosa, y a gusto D. Fernando.
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