Covid-19: 25-3-2020
Ilustración de Paco Roca. #Reto15
Décimo segundo día de confinamiento. Un día más de lluvia.
Hoy no hay teletrabajo. La profesional se ha desplazado a su centro de trabajo. Echo de menos el jaleo de las llamadas, el tecleo en el ordenador, la voz, la palabra, la presencia.
Salgo a buscar pan al horno de la calle. Una vecina, a la que desde la ventana veo todos los días ir arriba y abajo, me regaña por no llevar mascarilla. Ella luce una preciosa de colorines llena de pespuntes. Me excuso: no tengo mascarilla. Contrataco, le explico que más importante que llevar mascarilla, es mantener las distancias y quedarnos en casa. Está pegada al mostrador, si no fuera por él estaría subida en la dependienta. La vecina confirma que tiene que salir, ¡preciso!, todos los días. Aprovecha para decirme que las mascarillas me las puedo coser yo misma en casa. Confieso que no sé coser, ante la cara de pasmo de la panadera que observa la partida de tenis verbal por encima de los bizcochos, las madalenas y las cocas. Contrataco de nuevo, me permito indicarle a la vecina, que las mascarillas hay que lavarlas, para no llevar pegado el virus. La buena mujer no se arredra, y me informa de que ella se ha cosido muchas mascarillas y tiene de sobra. Me rindo. ¡Cómo siento no haber aprendido a coser!
De vuelta encuentro a un vecino. A distancia me cuenta que en menos de un mes ha perdido los dos trabajos que tenía. El drama económico quizás acabe empalideciendo al sanitario.
Me llama la médica especialista desde el Hospital la FE, para realizar por teléfono la consulta de seguimiento de mi tratamiento que tenía programada. Como nos conocemos las caras, y hemos hablado otras veces, no echo de menos la consulta presencial. Quizás “cuando pase todo esto” podríamos pensar, cuantas cosas podríamos simplificar, gestionar sin realizar desplazamientos, ni colas, sin que implique perder el contacto con las personas.
Hace días que no se escuchan voces de niños ni correteo en el patio de vecinos: ¿efecto disuasorio de la lluvia?
Siguen anunciando que estamos muy cerca de la famosa y anhelada “curva”. Pero la curva que esperamos es casi como la utopía de Galeano, siempre da un paso más:
“La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para qué sirve la utopía?
Para eso, sirve para caminar”.
Me pierdo el debate del Congreso de los Diputados. Dicen que acabó bien entrada la noche. Que ha vuelto el discurso bronco y las descalificaciones. Que algunos siguen con su matraca de banderas, discursos patrióticos y monumentos. ¡Algunas cabezas no las arregla el coronavirus!
La quinta lección aprendida puede resultar de perogrullo, pero es útil para ajustar expectativas: 5. Se puede pasar por la vida sin aprender nada.
A la hora del aplauso, hoy no se escucha ningún himno a todo trapo. Lo sustituye un zumbido de sirenas, que se escucha a varias calles. Pienso que quizás ha pasado algo y acuden a la emergencia. A través de las redes me entero de que se trata de las sirenas de los coches de Policia Local, Policia Nacional, Ambulancias, y Guardía Civil, que han decidido hacer su particular “vuelta al ruedo”. Un día, quizás está bien, ya fueron al hospital a sonarle las sirenas al personal sanitario. Un gesto bonito, por improvisado. Pero cuando empieza a hacerse costumbre, el gesto resulta poco edificante en la medida que supone desplazamientos que son completamente innecesarios, mientras a la ciudadanía se nos exige el confinamiento. No estamos de fiesta. Poco edificante si el alarde de sirenas acaba convirtiéndose en un “auto-aplauso”.
Acaba el día con asesinatos y detectives en pantalla.
¡Día vivido! ¡Ya queda menos!
#QUÉDATE EN CASA. ¡Todo irá bien! > ¡Vamos a poder! > ¡Todo Pasa! > ¡Saldremos de esta!… pero no todos.
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