Covid-19: 17/3/2020
Cuarto día de confinamiento. Sigue lloviendo. Agradezco no tener que salir de casa.
La lluvia parece aplacar el ruido y el movimiento en el patio de vecinos y en la calle.
No aplaca el movimiento en las redes. Me declaro incapaz de seguir el hilo de tanto video, tanto mensaje, tanto meme. Las redes echan fuego y amenazan con tragarse todo nuestro tiempo y a nosotros mismos con su humo invisible. ¡Que ansiosos estamos!
El Gobierno anuncia las medidas económicas para paliar la crisis. Comienzan las dudas, el baile de datos, la crítica. Todas las medidas se quedarán cortas. El reto estará en la gestión. Quiero confiar.
Hasta las tareas domésticas se resisten a la normalidad. Ensimismada en este diario, se me ha ido el santo al cielo: he quemado una olla y una vaporera; la col al vapor he conseguido salvarla, antes de que cogiera el olorcillo a churruscado. Aprovechando que estoy confinada, he podido recuperar la cacerola a base de agua caliente, lejía, y mucho frote de estropajo metálico. La vaporera ha acabado en la basura. Me pregunto si se podrá considerar primera necesidad para tener una justificación para salir de compras.
La gente sigue inventando cosas para convocarse en las ventanas. Me declaro incapaz de seguir el hilo de tanto video, tanto meme, tanto texto, tanta información y tanto bulo. No me interesa seguir encadenando aplausos diarios en la ventana, no quiero acabar devaluando tanta gratitud, matando la sinceridad de lo espontaneo.
Las redes echan fuego. Empiezan los encontronazos, las batallas verbales llegan a las pantallas, a “la nube”. ¡Qué difícil nos resulta mantener el estado de paz y amor que parecía habernos regalado el virus! Llevamos a las redes las batallas y decimos cosas que quizás no nos diríamos cara a cara, ¿o es al revés? El comentario jocoso de una amiga a propósito de una rogativa parroquial provoca una buena bronca en facebook: comete la atrocidad de apelar a Berlanga. Le acusan de faltar al respeto a las creencias religiosas, alguien llega a amenazarla. Aparecen los ofendiditos y ofendiditas de todos los colores y condición, y acaban llegando los faltones, los que apelan al respeto, pero ni lo conocen, ni lo practican ni saben qué significa. ¡Que falta nos hacía la asignatura de educación para la ciudadanía! (quien lo prefiera, el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia). Quizás nos sería más fácil asumir que tanto la libertad de expresión como la libertad de credo, están al mismo nivel en nuestro sistema de derechos y ambas tienen límites, que respetar no obliga a enmudecer a nadie, ni las creencias se pueden imponer a quien no las tienen. ¿nos queremos mudos? ¿Toda opinión es falta de respeto? ¿Dónde acaba la libertad de expresión? ¿qué puede exigir la libertad de creencia?
Confieso que yo tampoco entiendo que habiéndose decretado confinamiento, haya personas que organicen y asistan a rogativas (como tampoco entiendo que no se cierren empresas no esenciales). La oración es una actividad que se práctica perfectamente en la intimidad. Al menos eso es lo que me enseñaron a mi. Es verdad que el Decreto de Alarma no cierra iglesias ni prohíbe actos religiosos, pero el sentido común está para algo ¿no? Quiero pensar que el Gobierno ha querido facilitar solo servicios esenciales ¿funerales por ejemplo? No sabemos cuánto va a durar esto, y parece normal pensar que haya familias que precisen dar cristiana sepultura.
Tengo la primera experiencia de video-conferencia con un trocito de mi familia: me emociono al verlos ahí en la pantalla, como si los tuviera al lado, compartiendo encierro. ¡Tan cerca, a pesar de la distancia!
Sabor agridulce al finalizar el día.
#QUEDATE EN CASA. ¡Todo irá bien! > ¡Vamos a poder! > ¡Todo pasa!
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