Fotografia: Cristina Rodero
Sunsioneta, tenía el don de comunicarse con el más allá y predecir el futuro de sus convecinos. Nunca había fallado en sus augurios, y por ello, todos profesaban una fe inquebrantable en su palabra. Esa mañana, llegó a la plaza avisando de que una terrible bola de fuego barrería el suelo del pueblo, llevándose por delante a todo aquel que osara pisar en él.
Corrieron todos despavoridos buscando un alto en el que colocar sus pies, un promontorio al que subirse y otear lo que se avecinaba. Solo Sunsioneta siguió con los pies en el suelo. A fin de cuentas, ya había vivido suficiente.
Desde el alto, se afanaban en divisar a lo lejos la bola de fuego, con la esperanza de que al verla cerca, alguno se apiadara y corriera a avisar a mujeres y niños.
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