Aquella mañana, cuando divisó a Maruja, la peluquera, Micaela confirmó su sospecha de que la estaba buscando a ella. También de que le serviría en bandeja la oportunidad que llevaba esperando media vida. La peluquera llevaba días rondándola, frecuentando los mismos sitios. Micaela tuvo la certeza de que más pronto que tarde, esa mosca acabaría cayendo en su tela.
A fuerza de años, casi ha olvidado de dónde viene el odio que se profesan mutuamente. Quizás si echan la vista atrás, la pierdan en una maraña de antiguas relaciones familiares que supuraban su veneno atravesando el tiempo. Quizás descubran que el odio venía incrustado en sus genes, sin que ellas hayan tenido que añadir nada.
“No te fíes de esos, que ya sabes lo que le hicieron a tu abuelo. Esos son capaces de matar a su madre para arrancarle las muelas de oro”.
“Si ya el tío que los hizo ricos vino huyendo de Cuba para que no lo mataran a palos los paisanos a los que arruinó, mientras él se llenaba los bolsillos a base de engaños y de robos. ¡Pobres!. Algunos ya no pudieron volver, por ruina o por vergüenza, ¡Vete tu a saber!
“Pues no te has dado cuenta de que nos miran por encima del hombro. Si todos contáramos lo que sabemos de ellos, lo que le han hecho a medio pueblo, a lo mejor no tenían agujero para esconderse. Como siempre han estado protegidos, siempre se han escapado ¡Malnacidos! ¡Hala, que vergüenza tampoco tienen!.
“Madre deje usted el soniquete, que ya ha pasado mucho tiempo”
“El tiempo no borra ofensas, las alimenta. Míralos como van por ahí, hinchados como pavos, y no tienen donde caerse muertos. Creían que les iba a durar toda la vida. Todavía los tenemos que ver pasando hambre”.
Y madre se murió la pobre sin evacuar el odio que llevaba bebido de toda la vida.
-Micaela, necesito hablar contigo, ¿podría pasar un momento? -Maruja la abordó cuando introducía la llave en la cerradura para entrar en su casa. No quería que nadie la viera con ella. Todo el mundo sabía a qué se dedicaba la prestamista, y conociendo la enemistad que mantenían sus familias, cualquiera podría intuir fácilmente que el motivo de su visita, no era otro que el de pedir dinero.
Micaela le franqueó la entrada, saboreando desde el primer instante el placer de ver a Maruja en su casa, a su merced, dispuesta a rogarle, a humillarse si hiciera falta, a punto de contraer una deuda con ella, que solo con mucha suerte conseguiría saldar, ¡algo más que suerte iba a necesitar! ¿A qué otra cosa iría a su casa que no fuera a pedirle dinero? ¿Cómo de apurada tenía que estar para pedírselo a ella? Disfrutó pensando cómo le haría pagar cada atraso en el pago, más aún, pensando que definitivamente no le pudiera pagar. Tendría el motivo y la ocasión para el golpe de gracia. No todo es cuestión de dinero.
-Las cosas han ido mal con la crisis, en la peluquería y en la constructora. Hicimos algunas inversiones, que no fueron tan buenas como parecían, los pisos no se vendieron. Creíamos que podríamos hacer frente, pero se nos han ido amontonando los pagos. Los bancos ya sabes cómo funcionan, nunca responden cuando de verdad se precisa el dinero. Y los chicos coincide que están en la universidad, y eso tampoco ayuda demasiado. Será un par de meses a lo sumo hasta que podamos devolverlo. Eso sí necesito discreción máxima. El que menos puede enterarse es mi marido: el pobre, que todo lo lleva adelante, no soportaría saber que le hemos tenido que echar una mano.
“¡Malparida Micaela! Ella no tendrá nada que ver con lo que hizo su abuelo, pero no puede negar que viene de la misma rama”.
“Alejaos de esa familia. Esos no se conforman con un trozo de tierra, lo quieren todo! Mira el abuelo si no, ¡matar al vecino por cuatro lindes y un regato de agua! Que después bien que iban diciendo que fuimos nosotros los que denunciamos. ¡Pero si todo el mundo le había escuchado amenazar. Aquello estaba de Dios que pasara”.
“¡Miserables! Siempre mirándonos con envidia, siempre criticando a nuestra familia, sembrando infundios. Como si tuviéramos la culpa de que sean todos unos muertos de hambre y unos destripaterrones”. ¡Gente de bien es lo que nosotros somos!
“Si no se hubieran metido en política, y no hubieran ido por ahí armando bronca con tanta bandera, a lo mejor no hubiera pasado lo que pasó. Pero es mejor echarle la culpa a los otros. Y las peores las mujeres de esa casa ¡bien rapadas fueron!”
“Niña a esos ni arrimarse”
Qué razón tenía la abuela. Qué bajo he tenido que caer: acabar en deuda con pobretones y miserables.
Por primera vez, Micaela disfrutó desprendiéndose de un fajo de billetes, que sabía no tendrían retorno, por lo menos, no en forma de dinero. Había visto demasiadas veces a Maruja en el bingo y en la casa de apuestas, para conocer de sobra el tamaño del agujero por el que salía cada euro que caía en sus manos, ¡Que no eran pocos! Conocía su talón de Aquiles. Sólo tenía que esperar. Se la tenía jurada, para qué negarlo.
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