Durante días, cruzó insistente ante aquella casa en una dirección y en otra, hasta quedar apostado frente a ella, sin lograr apartar los ojos de su aldaba. El brillo de la mano lo tenía hipnotizado, atrapado. Sabía que si cruzaba aquella puerta sería expulsado del paraíso. Las manzanas nunca traen nada bueno.
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