VOLVER A MADRID

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Vuelvo a un Madrid que ya no existe y en el que sigo encontrando amistad y un horizonte abierto. Regreso a la gente con la que descubrí medio mundo. Comillas abiertas. Encuentro y abrazo. Madrid.

Los turistas lo han/hemos invadido todo.

Las aceras apenas encuentran un hueco para respirar, para librarse de tanto calzado.

Los coches vuelven a ocupar las estrechas calles del centro, se disputan el terreno con decenas de ciclistas (“riders” los llaman algunos, nuevos esclavos otros), cargados con bolsas cuadradas azules y amarillas: como gaviotas terrestres llevan pitanza a mileuristas domingueros.

Una paseadora de perros, ata tres animales a un árbol, mientras sube a los otros en un ascensor. Tiene cara de pocos amigos. El paseo no le ha sentado bien. Los perros no dicen nada, pero lo piensan.

Las viejas tascas están repletas, ofrecen calor y “vermut” con aceitunas a precio de oro mientras resisten la globalización vendiendo porciones artificiales del Madrid castizo que agoniza.

El guapo de “masterchef-celebrity” compra el pan en la esquina.  Es guapo.

Esquivo la larga cola organizada a las puertas de doña Manolita, compradores de expectativas de fortuna en forma de décimos.

Sabina se me aparece en la calle de San Joaquín.

Bajo el puente, junto al Senado y al Palacio Real de camino a la plaza de España, sobre cartones, envueltos en mantas, duermen una docena de personas. Dejan libre el paso de cebra, solo molestan en la conciencia.

El rastro sigue igual: gente arriba y abajo, mercancía imposible. Marabunta.

El Prado, se regodea soberbio engullendo hileras de visitantes: tú pintas mal, le grita a su vecino Ritz, vendado el pobre de lonas y andamios.

Dibujamos un enorme circulo en torno a una banda de músicos, que nos convence a ritmo rumbero de que “nos sobran los motivos”. ¡Bendita música! ¡Benditos músicos!

La boca del metro regurgita bocanadas de calor y humanidad.

Entre Buena Vida y Tipos Infames, paseo librerías, repletas de libros que ahora maridan tan bien con vinos e infusiones. Paraíso de palabras y sosiego del que nunca me marcharía. Privilegio de ventana desde la que mirar adentro y afuera.

Gente que sale en la tele come en la mesa del fondo.

Una carterista intenta hacer su agosto y no lo consigue.

Atocha. Regreso.

Madrid, encuentro y abrazo.

 

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