
Acaban de marcharse todos. Queda una tarde preciosa, el sol atraviesa los visillos llenando la casa de luz. María saborea un resto de café sentada a la mesa de la cocina que acaba de recoger tras la comida familiar. Disfruta la sensación de calma que sigue al revuelo de los encuentros dominicales. Los hijos ya son mayores, Fernando sigue marchándose de domingo a viernes a Salamanca. La casa se come todo el tiempo que quieras darle.
– O lo haces ahora o te olvidas María, llevas demasiado tiempo dándole vueltas al tema, y no es muy propio de ti moverte con tanta duda, con tanto remilgo. Te estás instalando en la sosería Quizás sea una barbaridad, pero no puedes negar que el deseo crece a medida que lo pospones. No sabías tú cómo te iba a espolear el librito que llegó de Paris. Los libros, María, siempre los libros… ¡qué atrapada te tienen! Tú misma te impones los límites, pero te has quedado sin excusas: los chicos ya son mayores, Fernando pasa la semana fuera, no estás tan obligada, en el trabajo no hay nada que te exija especial concentración, puedes sacar unas horas al día y lo sabes. ¿Qué te asusta? ¿Qué te para?. Por el esfuerzo que te exigiría no será: llevas toda la vida trabajando y nada te ha achicado hasta ahora. En peores batallas te has visto, y no has dejado de librarlas. No has necesitado nunca del reconocimiento ni del ánimo de nadie para hacer lo que has querido, has trabajado por todos ¿te vas a rendir antes de empezar?, ¿qué puede ocurrir?, ¿que no consigas acabar? ¿qué pierdes?. ¡Y la edad!, también está la edad, los cincuenta bien valen empezar a trabajar en las propias ilusiones. Deja de procrastinar. ¡Arranca!.
La luz, el café, el silencio en la casa, llevaron a María al soliloquio en el que en el que cada vez se zambullía con más frecuencia. Quizá fue esa luz, la que acabó por arrancarle la decisión, la que le insufló la energía que precisaba.
Como movida por un resorte, paseó por la cocina calibrando el espacio centímetro a centímetro, como si acabara de descubrirla. Corrió las sillas, cambió la mesa de sitio, movió trastos, colocó sus macetas preferidas junto a la ventana, al amor del sol, se abrió el espacio que necesitaba para colocar su olivetti, los libros, las notas, la lámpara…
– Dos años, me doy dos años.
Y empezó por la A, y la casa se llenó del repiqueteo continuo de las teclas cuando todavía el sueño dormía. Y una palabra la llevó a otra, y a otra, y a otra. Como cerezas.
Fueron quince años.
Nota:
En este relato, he querido imaginar qué pensaría, qué se diría María Moliner antes de lanzarse a construir su “Diccionario del uso del español”.
¿A cuanta gente se le ocurre escribir un diccionario? ¿y lanzarse a una empresa así en solitario?. Posiblemente sólo a María Moliner.
La tarea que se propuso, le llevó más de quince años, (trece más de los previstos) en los que trabajó siempre desde su casa, compatibilizando el diccionario con su trabajo como archivera y bibliotecaria y con las obligaciones familiares.
El diccionario que escribió (la última edición se publicó en 2007 por la editorial Gredos) es todavía hoy utilizado y reconocido como un referente por la novedad de su composición: no sólo define de palabras, sino que las pone en relación.
En 1972 María Moliner fue propuesta por Dámaso Alonso, y Pedro Laín Entralgo como candidata a Catedrática de la Real Academia de la Lengua. No fue ella la seleccionada. Quizás los señores catedráticos no le vieron méritos suficientes: ¡sólo había escrito un diccionario! Hubo que esperar a 1979, para que Carmen Conde, se convirtiera en la primera mujer catedrática de la lengua española.
Falleció en 1981, tras seis años de sufrir una arteriosclerosis cerebral que le hizo olvidar todas las palabras.
Hace unos años, jugando, le pregunté a mi sobrino Andrés, quién era Marie Curie. La respuesta, creo que por inesperada, me asombró: “una mujer que abrió puertas a otras mujeres”. En ese olimpo de mujeres, incluyo a María Moliner.
Para conocer mejor a la autora, recomiendo ver el documento que le dedica el programa “Impresindibles” de la 2 de RTVE.
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