
Con total premeditación y alevosía, llegaron, les quitaron todas sus hojas y cortaron sus ramas. Dejaron los dos magnolios completamente desnudos, a la vista de todos; incluso de los niños que, ajenos al pudor natural que sienten los árboles, siguen manoseándolos y trepando por sus troncos. Y todavía habrá quien los acuse de exhibicionistas.
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