
Mientras los mayores, derrotados por una comida más que opípara y bien regada, disfrutaban de aquello tan asqueroso (según los niños) que llamaban siesta y que los llevaba a buscar un hueco en el que tirarse de cualquier manera con la boca abierta, los pequeños aprovechaban para zambullirse en aquella pantalla que los tenía atrapados, como exploradores en busca de relucientes tesoros. ¿Qué esperaban descubrir tras aquel brillo hipnótico?
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