
Ni el tiempo, ni la habitación le borraban el frio que le dejó enquistado el Mediterráneo en aquella travesía, cuando se acercó a él por primera vez.
Quizá fue el mismo frio, el que la empujó a cambiar la intemperie del polígono, por aquel motel de carretera envuelto en letreros luminosos.
Recontó con desánimo los ingresos de la semana. No crecían al mismo ritmo en que desgastaba su cuerpo y pagaba su deuda. Trabajar a cubierto resulta menos rentable – pensó. Tendría que seguir invirtiendo en venderse, si quería conseguir su propio avión de papel… y volar.
7/05/2018
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