Manolo y Carmen, son los primeros personajes que escribí cuando inicié la aventura de «aprender a escribir», hace ya casi tres años. Rápidamente se hicieron de querer y andan siempre planeando en todas las historias. Hasta los echamos de menos.
Quizás son el reflejo de los muchos manolos y cármenes que en el mundo habitan, de los que todos tenemos algo.
Recojo aquí, los tres relatos de los que son protagonistas (el primero, HOY, ya lo publiqué en el cuaderno en su día).
Quizás el principio de otra historia. Quizás a la espera de un buen final.
HOY I.
No se quejaba, no. Manolo no había sido una mala persona. Al contrario. Era un hombre cariñoso y correcto. Tal vez demasiado correcto. Trabajador, religioso, y soso. Muy soso.
Durante años habían intentado tener familia. Dos, tres hijos era lo que tenían en mente. Vamos, lo que era una familia normal. Durante años hicieron lo que cualquier matrimonio hace para tener familia. Pero los hijos no llegaron y los años pasaron sin más pena ni gloria. Con el tiempo la familia pasó a ser un tema más de los que pasaron al olvido.
También con el tiempo dejaron de hacer lo que cualquier matrimonio hace para tener hijos. Se acabó convirtiendo en una rutina más que añadían a las tareas semanales y que podía ser prescindible para cualquiera de los dos. Porque cuando se acabó ninguno lo reclamó ni ninguno lo echó en falta. Comprar el televisor fue el proyecto que sustituyó al de tener familia.
No pensó nunca que su marido tuviera una vida fuera. Era tan formal, tan predecible y tan ahorrador que hasta eso le tenía que parecer un esfuerzo y un sinsentido. Con un buenos días, un buenas noches, un cómo te ha ido y su plato de comida caliente a la hora prevista, tenía cumplida su dosis de anhelo.
La casa se había difuminado con los años. Los muebles, las habitaciones, la vajilla de los domingos y aquellos manteles que bordó durante toda su juventud, no eran ya más que reliquias.
Miró por última vez por aquella ventana por la que durante tantos años había estado tan pendiente de la vida de los otros. La abrió, corrió los visillos, y dejó que entrara la brisa del levante del mediodía.
HOY II- MANOLO.
(Manolo).- ¡Que se ha ido!. Que he llegado a casa y no está.
(Felipe).- ¿Pero qué dices Manolo?, ¿A dónde va a ir Carmen sin ti?.
(Manolo).-Que se ha ido, que me ha dejado. Que ella siempre está esperándome cuando llego a casa y hoy no está.
(Pepe).- ¿Pero qué barbaridad estás diciendo?. Habrá salido a algún sitio.
(Manolo).- ¡Que no!, ¡que se ha llevado las maletas¡.
(Javier).- ¿Pero a dónde ha ido?, ¿no te ha dicho nada?.
(Manolo).- ¡No!. He llegado a casa y no estaba. Ha dejado la mesa puesta, la cena sobre la encimera y un papel en el imán de la nevera. Pero ella no está.
(Felipe).-¿Te pongo algo?
(Manolo).- Ponme una caña Felipe.
(Pepe).- Bueno Manolo, por lo menos te ha dejado la cena hecha. ¡Mira que la Carmen es cumplidora!.
(Manolo).- ¡Hostias Pepe!, no te lo tomes a chufla, que no me está haciendo ninguna gracia. Trini, ¿tu no la habrás visto hoy por aquí?.
(Trini).- ¿Yo?, yo que la tengo que ver, si me tienen esclavizada todo el día en esta cocina. Y además Carmen por aquí no viene más que contigo a tomar el vermouth de los domingos. Se la ve más en la ventana de tu casa que en la calle. A lo mejor ha hecho lo que tendríamos que hacer todas, ponernos el mundo por montera y dejaros solos a todos a ver cómo os las arregláis.
(Javier).- ¡Déjate de mítines Trini, que ya no estamos en la escuela!. ¿Pero os ha pasado algo? ¿No le habrás puesto la mano encima Manolo?, como ahora está tan de moda…
(Manolo).- Me cago en “to” lo que vuela ¡qué le tengo que haber puesto la mano encima!. ¿Por quién me tomas? ¿Cómo le voy a poner la mano encima a mi Carmen, si nosotros no hemos discutido nunca?. Carmen es una mujer callada, de pocas palabras de pocas risas y de poco salir. …Nunca ha sido lo que se dice guapa, pero tampoco me ha hecho falta más. No lo tuvo fácil desde pequeña. Desde que nos casamos no nos hemos separado nunca. Hemos vivido bien, ninguno somos de grandes necesidades. Yo no quise que ella trabajara después de casarnos y ella ha sabido llevar la casa y cuidar de mí. Nunca ha pedido nada y nada le he negado yo. ¿Cómo iba a ponerle la mano encima?
(Felipe).- A ver si se te ha ido con otro.
(Manolo).- ¡No me jodas Felipe!, que Carmen es todo menos de esas. Carmen es mujer de un solo hombre. Más decente que ella creo que no habrá otra. Ponme otra caña Felipe.
(Felipe).- No te calientes la cabeza Manolo, a las mujeres no hay quien las entienda. Parece que les hayan puesto el mecanismo cambiado. Les da el ramalazo, y ¡ala! a volvernos locos, que no sabemos si vienen o si van. Igual cuando llegues a casa ya la tienes allí, ¡a ella y a las maletas!.
(Trini).- ¡Claro hombre, es que nosotras os volvemos locos! Pues va a ser verdad, pero por simples que sois. Pero tontas nosotras, que nos pasamos la vida pidiéndole peras al olmo. A ver Manolo si va a ser que la tienes poco satisfecha.
(Javier).- Anda Manolo, estate tranquilo, que te falta nada para ponerte a llorar
(Manolo).- Pues ganas me están entrando. Que esto no me había pasado a mi nunca, ¡me cago en la leche!, a ver cómo voy a vivir yo ahora. Si es que no me entiendo ni me aclaro yo sin ella. Carmen es lo mejor que me ha pasado en la vida, yo no podría aspirar a una mujer mejor.
(Trini).- ¿Eso se lo has dicho alguna vez a ella?
(Manolo).- ppppsssssss, no creo que se haya ido por eso ¿no?.
(Pepe).- ¿Pero se puede saber qué te decía en el papel que te ha dejado?
(Manolo).- Si… “Manolo me voy. Me tienes aburrida hasta las trancas. Harta de sólo mirar por la ventana. Que no me busques, que si quiero ya volveré”.
HOY III. CARMEN
Carmen salió a la calle y recorrió los escasos 300 metros que separaban la pensión en la que estaba alojada de aquella destartalada cabina. Entró, rebuscó en su bolso y marcó decidida el número de teléfono que llevaba escrito en una vieja tarjeta.
Hacía ya tres días que había salido de casa y necesitaba saber de Manolo, saber que estaba bien. No quería hablar con él, porque sabía que se le pondría en la garganta ese nudo de corazón desbocado y lágrimas contenidas que siempre acababa traicionándola y haciéndola llorar.
Pensó en llamar a Trini. No eran amigas, pero se tenían un mutuo aprecio al que no habían puesto nunca palabras. Las dos mujeres compartían la complicidad de enfrentarse a la vida en la gran ciudad, en un barrio hostil y amable a partes iguales, que no vivían como propio y al que cada una llegó huyendo de algo y en busca de su horizonte particular. Las dos compartían unos orígenes humildes, si se puede entender por humilde no pisar la escuela, trabajar como burras, y pasar hambre.
Tras unos cuantos timbres agradeció que fuera Trini la que cogiera el teléfono, no quería tener que dar explicaciones a Felipe.
– ¿Trini?…, ¿Cómo estás?, soy Carmen.
– ¿Carmen?. Carmen, ¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado? – La voz de Trini sonaba a auténtica preocupación, desnuda de todo reproche y cargada de la necesidad de saber.
– Estoy bien Trini, no sufras. No te puedo explicar ahora más. Sólo quería saber de Manolo ¿Ha ido por ahí? ¿Cómo está?
– ¿Cómo va a estar Carmen?. Pues destrozado. No entiende nada. No sabe cómo localizarte. Quería ir a la policía, pero como le dejaste esa nota lo convencimos de que no lo hiciera, pensando que tú te pondrías en contacto con él. Además el pobre no se apaña solo. Viene todos los días a comer aquí. Yo me he ofrecido a echarle una mano con la ropa, pero dice que no, que él se lo organiza. ¿Pero por qué no hablas con él? ¿Por qué no le llamas?.
– Trini, ahora no puedo hablar con él. Necesito un tiempo. Sólo quería saber que está bien y que él sepa que también lo estoy yo. Dile que he llamado, que no se preocupe, que cuando pueda le llamaré a él.
– Pero Carmen… ¿dónde estas? – Trini escuchó como única respuesta el chasquido del cuelgue del teléfono.
No podía dar pie a que Trini siguiera preguntando. No se sentía capaz de mentirle, pero tampoco quería compartir con ella la ventana que se había abierto en su vida. Era consciente de que en su marcha habían más interrogantes que respuestas, también para ella. No quería dar explicaciones. Ahora no. Sólo quería saber cómo estaba Manolo.
Carmen se acomodó el bolso, cruzó la calle y siguió caminando calle abajo, inmersa en reflexiones amontonadas y avasalladoras, indiferente al tráfico y al despertar de la ciudad.
Se que no es fácil. Después de tantos años juntos, Manolo no va a entender que me haya ido así, sin decirle nada, como si estuviera huyendo. Sé que no es justo hacerle sufrir de esta manera, él no se ha portado mal conmigo. Nada tengo que reprocharle más allá del aburrimiento que hemos construido juntos. Las cartas estuvieron claras desde el inicio, para él yo era la mujer de su vida, y para mí él sólo el hombre con el que vivir otra vida. Manolo me ha querido siempre, a su manera, y yo me he ido amoldando a lo que esperaba de mí.
La verdad, podía habérselo contado, y él me hubiera acompañado. Y ahora… no sé, quizás todo esto acabe en nada, pero no podía dejar de venir, y necesito hacerlo sola. Por una vez en la vida, voy a ser yo quien decida, aunque lo ponga todo patas arriba.
El semáforo se puso en verde. Carmen cruzó y entró en aquel portal.
Trini se secó las manos y salió de la cocina nada más vió entrar a Manolo en el bar.
– Manolo, ha llamado Carmen, quería saber de ti.
A él se le llenaron los ojos de lágrimas.
2/05/2018
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