El cedro intentaba esquivar la mirada inquisidora de aquella inoportuna visita. Nadie le había mirado nunca con tanta insistencia. Ni los japoneses que llegaban todos los días en oleadas para fotografiarlo todo.
¿Qué les pasa a estos tipos que no dejan de observarme? – molesto se atusó las ramas mientras despertaba la modorra al amparo de la portada de los Jerónimos.
¿Qué hacen? ¿por qué no dejan de dar vueltas a mi alrededor?¿Es necesario tocarme de esa manera? ¡No tienen derecho, por muy uniformados que vayan!
La semana pasada cayó uno de los nuestros en el Retiro, no se te ocurra dar muestras de cansancio, o acabarás en la serrería – le gruñó el compañero que se mantenía en posición de firme junto a las escalinatas de bajada al Prado.
Nadie podrá acusarme de no dar la sombra que me corresponde – rezongó desdeñoso sospechando la insinuación de debilidad que le lanzaba el vecino.
Este resiste, sólo hará falta tensarle los cables – escuchó del que parecía llevar la voz cantante en aquella tropa indiscreta.
Marchó la visita. Los cedros pudieron entonces volver a su letargo cotidiano.
13/06/2018
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