CONJURA

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Si algo cambia en la historia, la historia cambia.  Una intriga partiendo de una ficción.

Nadie sabía a ciencia cierta qué estaba pasando, más allá de que el general Franco había muerto cuando el Dragón Rapid reventó en el cielo mientras alzaba el vuelo. No hubo supervivientes; todos los mandos que le acompañaban destinados a encabezar el alzamiento militar que arrancaría en Ceuta en unos días,  habían corrido la misma suerte.

El desconcierto se había apoderado del cuartel ceutí. El silencio era la única consigna que circulaba junto a la de mantenerse a la espera de nuevas instrucciones. El cable y los teléfonos enmudecieron obligando a los militares a buscar cualquier información que les pudiera dar alguna pista de lo que estaba pasando. Las noticias que recogía la prensa incrementaban todavía más la inquietud y el miedo: el general Sanjurjo había fallecido cuando intentaba regresar de Portugal para sumarse a la asonada militar en otro inexplicable accidente de avión;  los generales Fanjul y Queipo de Llano al mando de las tropas en Madrid y Sevilla, fueron asesinados en sus propios despachos sin que nadie se apercibiera de ello hasta pasadas las horas. Si los periódicos no mentían, alguien se estaba encargando de descabezar los planes castrenses.

No parecía que  los grupos anarquistas, ni el Gobierno de la República tuvieran mucho que ver con el descalabro de los generales, dado que se mostraban igual de desconcertados que los propios militares.   Algunos ministros optaron por salir del país poniéndose a salvo cada uno de ellos con una excusa más peregrina.  Azaña sin que pudiera dar una explicación lógica a tanto ir y venir de tropas y ministros, intentaba llamar a la calma a un pueblo harto de confusión y  muerto de miedo ante un futuro que presagiaban teñido de rojo.

Pero lejos de recibir noticias tranquilizadoras que pudiera devolver la calma al acuartelamiento, la prensa nacional e internacional se hacía eco de una noticia que conmocionó a todo el mundo si bien por diferentes motivos: alguien había asesinado al millonario Juan March y a toda su familia en sus domicilios de París y Mallorca, prendiéndoles fuego, como si trataran de arrancar su estirpe de la tierra. Nadie ignoraba que el banquero considerado “el último pirata del mediterráneo” alimentaba el negocio de una previsible guerra civil.

Las tardes en el cuartel ardían por la calima cargada de arena que llegaba desde el desierto cercano del Sahara.  La resignación a un destino incierto desplazaba el desconcierto inicial. Eran muchos los que meses antes, habían enviado a sus familias a Francia y Argelia, presintiendo una guerra cargada de sangre y de sufrimiento. Ahora las pocas llamadas de teléfono que se podían permitir se llenaban de silencio y de disimulo para no traspasar a las familias la decepción de un futuro que ya no llegaría.

Aquello no podía ser sólo un cumulo de mala suerte y de venganzas. El miedo se iba apoderando de todos, independientemente del bando en el que estuvieran.

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Documentándome un poco para escribir el relato, he descubierto un personaje del que quizás, en otro país, hubieran escrito cientos de novelas: Juan March,  conocido como «El último pirata del Mediterráneo». Ilustra muy bien el papel del capital en la generación de todas las guerras. Recomiendo alguna lectura sobre el personaje. 

16/06/2016

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