EPIFANIO ALBALADEJO

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A partir de un nombre sugerido por otra persona se intuye un personaje.

Epifanio solía llegar al café todos los días a las cinco en punto.  Sacaba su reloj, lo frotaba contra su chaleco y comprobaba la hora.  Adelantaba entonces la pierna derecha para salvar el pequeño escalón que le separaba del local, con un gesto afirmativo de cabeza saludaba al camarero y enfilaba directo a la mesa donde jugaría su partida de dominó a las cinco y media sin falta.

Su extraño sentido de la puntualidad le obligaba a llegar media hora antes a todos los lugares, con la estúpida idea de ganar un tiempo que necesariamente acababa en espera.

En todo caso, lo que más le gustaba a Epifanio, era mostrar su reloj en actitud reprobatoria a los compañeros de partida que por cualquier circunstancia osaban retrasarse, aunque sólo fuera un segundo.

A las siete en punto, devolvía sus fichas de dominó, y marchaba a oír la misa de las siete y media, y con algo de suerte, mostrar al joven párroco los minutos de retraso con los que entonaba el señor esté con vosotros.

Esta obsesión de Epifanio por la puntualidad, llevó a los parroquianos a pensar que su vecino entroncaba con un rancio linaje suizo.   Los que más le conocían sabían que sólo se trataba de una malsano exhibicionismo.

12/07/2016

 

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