Si nos dedicáramos a borrar los nombres de los Blascos, los Fabras, los Ratos, los cazadores de elefantes, los saqueadores de bolsillos públicos que en el mundo son y han sido, quizá tendríamos que dedicar un nuevo ministerio sólo a esa tarea.
Y me pregunto yo, si no sería más rentable que administráramos un poco mejor nuestros aplausos, los honoris causa, las medallas de honor y otros miles de títulos y reconocimientos rimbombantes, que más allá del alegrón al susodicho/a premiado/a poco o nada aportan a la sociedad.
Tampoco vendría mal un poco menos de endogamia, que ya se sabe que la mayoría de los premios se los dan “ellos mismos entre ellos”. Y no uso lenguaje machista. Digo ellos, porque los grandes premiados siguen siendo ellos. De lo que sea, da lo mismo, pero ellos.
Pero por de pronto, ya hay gente que ha decidido darle una pensadita al tema, poniendo en cuestión los premios que les quieren otorgar por el mérito de quien otorga, y por la limpieza de las manos de quien quiere entregar el premio. Hay fotos que manchan.
Es el caso de Jordi Savall al renunciar al Premio Nacional de Música. Recomiendo la lectura de su carta de renuncia.
E igual de respetable la decisión de Adela Cortina, de aceptar el Premio Nacional de Ensayo, añadiendo la explicación de las razones que le hacían aceptar el premio, que no eran otras que traer la maltrecha filosofía a la prensa y a la vida, aunque sólo sea por un día y en un espacio poco señalado.
En definitiva ninguno de ellos arribistas, ni conocido por valerse del trabajo ajeno. Ni por ser ajeno al mundo en el que viven.
En fin, una de cal y otra de arena. Hasta para aplaudir hay que pensar.
5/12/2018
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