Estación del Norte de Valencia. Paseíllo ligero para llegar al tren. En medio de la carrera, un hombre joven latinoamericano de fuertes rasgos indígenas que empuja un carrito de bebé, se me acerca sonriente y requiere mi atención. Me pregunta si trabajo en la Generalitat. Desconcertada le digo que no. Reacciono y pienso que quizás nos conozcamos de alguna reunión, del mundo de la cooperación. Le digo que trabajaba en el Fons Valencià.
Sonríe y me dice: “Soy Alonso, nos conocimos en Ecuador, cuando trabajaba en el proyecto de Jubones, con Pedro Encalada”. Ahora soy yo la que sonrío entre el pasmo, la sorpresa y la alegría del encuentro. Se me agolpan paisajes inmensos, personas y experiencias vividas.
Hablamos rápido, con la urgencia que marca el reloj de la estación. Alonso me cuenta que vive en Suiza, tiene una beca para hacer un doctorado y estará allí durante cuatro años. Ha venido a España tres meses con su mujer y su hija por cuestión de estudios.
Nos despedimos, entre buenos deseos, afecto y la promesa de saludos para los conocidos.
No puedo dejar de pensar que “el mundo es un pañuelo”. Un pañuelo muy pequeño
De todas las veces que he experimentado esta sensación, creo que esta ha sido la más sorprendente, quizá porque en medio hay un inmenso océano, muchas horas de avión y años de distancia.
¿Existe la casualidad? ¿O verdaderamente el mundo es un pañuelo?
22/09/2015
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