
La justicia es igual para todos, todos unidos superaremos las dificultades, España es un país grande, emprendedor… En la televisión, el Borbón desgrana su rosario navideño, fijos los ojos en su guión, sin más audiencia que la tía Carmen, que aprovecha cada viaje a la cocina para levantar el índice al cielo en movimiento circular y lanzar un sonoro que te follencontra la pantalla, sin que las piezas del belén muestren la más mínima sorpresa ni desagrado alguno.
– ¿Qué te ha dado la abuela? pregunta mamá.
– ¿Qué te habrá hecho a ti el pobre hombre? Anda apaga la tele y no empecemos ya con la política que sabemos cómo acaba la cosa – rezongó la matriarca desde la cocina.
Poco a poco vamos llegando todos: papa y mamá, el tío Quico y la tía mercedes con Luisito y Sofia; la tía Carmen y el tío Manolo con Candela; el tío Juan y su amigo Octavio; el tío Nacho con la tía Paca y las dos mellizas. En total seremos dieciséis a la mesa.
Este año tenía la excusa perfecta para no acudir a la cena. Me podía haber quedado en Londres con cualquier excusa, pero las finanzas mandan y el aguinaldo es la mejor masilla para tapar el inmenso boquete al que se ha precipitado mi cuenta. Si no hay nochebuena familiar, no hay dinero. Es lo que hay. ¡Todos tenemos un precio! Hay que aprovechar, porque sospecho que la tradición durará lo que dure la abuela, todo lo más cuatro cortes de pelo, y después cada mochuelo a su olivo, se acabaron cenas, aguinaldos y broncas familiares. Una pena.
Lo mejor es la comida. Pepa, “la chica”, que lleva trabajando con la abuela desde que las dos peinaban trenzas, se dedica toda la semana a preparar las exquisiteces que nosotros devoramos como si llegáramos con hambre de meses y no hubiera un mañana. Todo casero, de los entrantes a los postres, salvo el marisco, que la abuela manda encargar a un cocedero porque dice que es más barato y sabe más a mar. Siempre cenamos lo mismo, porque ella tiene la teoría de que sólo en su casa se come bien: gamba hervida, caneyas, nécoras, surtido de salazones con almendras fritas, ensalada de tomate raf, con cebollas tiernas y rabanitos del terreno y aceitunas del cuquillo, zarangollo y tacos de atún escabechado de entrantes fríos; asado de cordero con patatas panaderas de plato principal y para acabar piña, fresas, dátiles, peladillas, turrones y mazapanes.
Mención aparte merecen las bebidas. De los caldos se encarga el tío Quico, que para eso es el principal consumidor del grupo. Quintos de cerveza bien fresquitos para ir abriendo la noche y vino, mucho vino, riojita del bueno y Ribera de Duero, sin que falte los refrescos para los pequeños y la sidra y el cava para acompañar los postres, todo bueno que para eso paga la abuela. También se ocupa el tío de que no falte suministro para las copas de la sobremesa, área en la que muestra cualidades dignas del mejor barman y sobre todo mucha práctica.
Lo que peor llevo son los besos de bienvenida, sobre todo los de tía Mercedes, son como ventosas cargadas de carmín rojo chorizo de cantimpalo, que se enganchan a tu mejilla a modo de sorbo y dejan una señal que permanece indeleble durante toda la cena, convirtiéndonos en un sucedáneo de la familia de Heidi.
En los últimos años, la tía Amparo llega un poco antes que el resto, y con la excusa de que resulta más elegante, coloca tarjetitas encima de la mesa, para indicarnos la silla a ocupar. Nadie discute la operación, aunque no somos ni tantos ni tan tontos como para no poder elegir el sitio en el que nos queremos sentar. En el fondo, coincidimos todos en que es la mejor solución para evitar que los tíos Manolo y Quico se sienten demasiado cerca. Evitamos así dos riesgos: o que no hablen durante toda la noche, o que se enzarcen en continuas discusiones, opción que suele ser la más frecuente, rompiendo el espíritu navideño que entre todos trajimos de casa.
– ¡Ay! Octavio, que ganas tengo de que mi hijo encuentre una buena chica y se case ya de una vez, para que yo me pueda morir tranquila – le repitió un año más la matriarca, al eterno amigo del tío Juan, y de toda la familia ya, mientras él le acariciaba la pierna por debajo de la mesa en un intento de contagiarle la fuerza y la paciencia necesaria para seguir asumiendo la fingida ceguera de la abuela.
Por lo demás, todo previsible: la abuela bendice la mesa a modo de pistoletazo de salida; el tío Quico se pimpla todo lo que pilla en estado líquido, y presume de haberse bebido él sólo una botellita de Pingus para celebrar uno de sus exitosísimos negocios;el tío Manolo aprovecha para recordarle a modo de escupitajo que en vez de gastarse el dinero en vino, podía devolverle el que le prestó para comprar aquellos sellos que fueron una ruina; saltan las primeras chispas, que la tía Carmen se encarga de apagar, recordando lo preciosas que estaban las gemelas el día de la primera comunión y el buen gusto que tuvo su madre, la tía Amparo, con el arreglo de las mesas del banquete; Sofía vuelca el vaso lleno decoca-colaganándose la primera colleja de la noche, colleja que hace extensible a las gemelas en un momento de despiste; la tía Mercedes, exagerada donde las halla, alaba la cena, el vino, el pelo y la generosidad de la abuela y la unidad de la familia, mientras chupa ruidosa las patas de una necorita; El tío Nacho con la misma cara de empanado de siempre no deja de vigilar el escote de la tía Amparo, como si tratara de preservar su derecho de admisión. Y brindis van, y discusiones, y risas, y copas, y bocados y la abuela poniendo paz, y Luisito y las pequeñas jugando…
¡Escándalo, es un escándalo! -en la televisión arranca festivo Raphael, y salimos para casa con el sobre en el bolsillo. Misión cumplida.
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