Apenas treinta minutos en coche separan Alcoi de Xàtiva y viceversa. Pero si precisas de transporte público y cuentas con el tren, el tiempo casi se triplica y la hora y veinte minutos no te la quita nadie. En la primera media hora llegas a Ontinyent, pero lejos de seguir a Xàtiva en línea recta, inicias ahí un paseo de casi una hora por la Vall d’Albaida.
La estación de Alcoy ya impresiona. Las planchas metálicas ciegan a cal y canto las puertas, y la señalítica de color verde juega a despistar a los pasajeros que infructuosamente buscan lo que se suele buscar en una estación: una taquilla abierta, un factor, un banco, un poco de refugio del frio y del sol, una mínima certeza de que llegará tu tren. Mientras, al pie de la raquítica lista de trenes que entrarán y saldrán de la estación a lo largo del día, el panel de ADIF nos recuerda la importancia de acercarnos al medio ambiente.
Llega el tren, último reducto del revisor de cuerpo presente, que cobra el billete en el mismo vagón al goteo de viajeros que va recogiendo en las estaciones de Cocentaina, Agres, Ontinyent, Agullent, Bufali, Montaverner, La Pobla del Duc, Benigánim, Genovés. Por delante un viaje de casi hora y media, en un tren que ha visto pasar los años, acumulando la suciedad, el olvido, la desidia y el desinterés de todas las administraciones públicas. Invade la sensación de viajar en el tiempo, retrasando el calendario por lo menos los veinte años que hacía que yo no recorría este trayecto.
Pero si lo que quieres es conocer y disfrutar de paisaje, no hay opción mejor ni más calentita (no regulan temperatura y puedes acabar abrasada): masías volcadas a un paisaje mediterráneo pintado de colores ocres, verdes, rojos, repleto de carrascas, almendros, vides y olivos cargados de fruto; chopos de colores imposibles que van dejando paso a los “kakilers”, a los naranjos y frutales de la Vall d’Albaida; puentes, túneles, barrancos, peñascos y paredes rocosas, pinares, los ríos Serpis y Albaida, el pantano de Bellús de refilón; estaciones que han pasado de viejas a cochambrosas; chalets y piscinas que nos recuerdan tiempos mejores de ladrillos y burbujas.
Pienso en la gastronomía otoñal del trayecto: arroz con conejo y caracoles, gazpachos, borreta, robellons, puchero con faseguras, pellicana.
Xàtiva, final de trayecto.
Un viaje para disfrutar del paisaje. Un tren que sólo utilizas si no queda más remedio. El abandono de las periferias.
Las Comarcas Centrales, si tienen que ir en tren, irán lentas, y a lo mejor ni llegan.
18/11/2016
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