PARIRÁS CON DOLOR

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A las molestias físicas, se suman la tristeza y el mal humor. La convivencia respira un ambiente pesado que amenaza con explotar de un momento a otro. Soledad y compañía molestan a partes iguales. Las risas de los niños incomodan, cansan sus gritos y su demanda de atención.  Las discusiones y las ausencias son continuas.

– ¿Pero cómo te vas a ir ahora a Buenos Aires?¿estás loco?

– No voy a discutir contigo. Si la empresa me envía ahora, tengo que ir.  ¿es tan difícil de entender? No puedo dejar de trabajar para quedarme aquí sentado contigo a esperar. Me cogeré los días cuando nazca el niño.

– ¿Y qué pasa si llega y tú estás de viaje?

– Será una semana, tú todavía no sales de cuentas, no tiene por qué adelantarse.

– ¿Y si se adelanta?

– Nunca se han adelantado ¿tiene que adelantarse este?, ¡ya sería casualidad!  En todo caso están tu madre, tus hermanas, el médico, la clínica.  Poco puedo ayudar yo más.

– Tú con hacerlos ya estás cumplido –le gritó con toda la rabia que pudo queriendo inocularle una culpa que él no sentía.

– No entres por ahí, no quiero discutir otra vez, ya lo hemos hablado mil veces, no es el momento ahora.  Querías tener otro hijo, ya lo tienes. Pero alguien tendrá que traer el dinero a casa.  Los hijos no vienen con un pan debajo del brazo, olvídate que ya te lo digo yo, eso es mentira – le contestó con el tono de conmiseración que sólo utilizaba con ella, sin recordar desde cuando le hablaba así.

La noche empezaba una vez más en silencio, con distancia. ¿Cuándo fue la última vez que sintieron juntos? ¿Cuál fue el último hijo que compartieron?

Tras cada discusión, ella recordaba con fuerza la frase lapidaria que le espetaba la abuela como única respuesta a cada nuevo anuncio de estado de buena esperanza: los hijos sólo traen problemas, desengáñate, eres igual de tonta que tu madre, parece que necesites sufrir ¿no pensáis parar nunca?.

No, los hijos no eran un problema para ella, los hijos eran su razón de ser, su tabla de salvación, el arnés con el que sujetar a su marido, el recuerdo de un amor inmenso que se perdió en el tiempo entre pañales, biberones y noches de insomnio,  la necesidad de vivirse en otros,

– Hija no te lo tomes así. Los hombres esto lo viven de otra manera. Los hijos son para nosotras.

Pasan los días revolviendo los armarios de los niños, sacando las ropitas, evocando el olor único que emanan los bebés, recordando los primeros partos, la ilusión de los padres primerizos, la ternura y los mimos, la pasión tras la cuarentena, ¿por qué ya nada es igual?.

Las contracciones están aquí. Ya viene. El dolor es continuo e insoportable. Acompaso la respiración.

El paritorio está frio,  sujeto con fuerza los bordes de la sabana, las manos vacías de una mano de aliento. El techo y los azulejos no cambian de color: blanco.  Baile de batas hospitalarias.

Dolor de desgarro, empujo. «Parirás con dolor”, «parirás con dolor”.

– Este es el último –pensó empapada y exhausta.

Llanto.

Afuera espera su madre.

22/03/2017

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